Qué he hecho, qué he hecho, qué he hecho, qué he hecho…¡Mierda!
Está lloviendo…
.
Algo recorre mi rostro, cálido y denso, ¿agua? No, sangre.
Allí hay un arroyo, voy a limpiarme la cara. De verdad llueve con fuerza, los pies se me hunden en el barro. No se si voy a llegar al arroyo, tengo la ropa calada, mi cabeza…arde, siento que me va a estallar. Mi estómago da mas vueltas que un molino, me muevo torpemente de lado a lado. Entre las tormentosas nubes hay una luna llena que refleja mi rostro en el ondeante arroyo.
----------------------------------------------------------------------------------------
Algo recorre mi rostro, frío y fluido, ¿sangre? No, lágrimas.
¡¡Qué he hecho joder!! ¡Cómo he llegado a esto! La cara de ese niño…¡Desaparece de mi mente maldita sea! Estoy gritando a la nada, no me importa. Me pregunto si habrán descubierto ya el cuerpo del chico, pronto rastrearan el bosque. ¡Pero no tengo fuerzas para huir! Quiero salir de aquí, hacerme un ovillo y que todo transcurra como si nada hubiese pasado, quiero que todo lo que ha ocurrido desaparezca.
-Eh, chaval- me susurra una voz a lo lejos- ven, yo puedo ayudarte.
Me levanto…
Un hombre encorvado está a veinte pasos de mi posición. La luz de la luna me de una idea de cómo es: Tiene el pelo muy grasiento, además de mojado, Un ojo le brilla extrañamente y otro esta cerrado bajo el peso de unas putrefactas ampollas de pus. En una nariz aguileña tiene aún mas de esos asquerosos granos y una dentadura desconfigurada hace que no le cierre bien la boca y le sobresalgan dos paletos.
-¡No te quedes ahí imbécil!- me grita el asqueroso hombre con una voz casi gutural. Su mandibula se balancea al hablar- Si no te matan los aldeanos cuando sepan lo que has hecho lo hará el frío o la fuerte lluvia. Ven a mi casa esta noche.
--------------------------------------------------------------------------------------
¡Mierda! ¿Cómo lo sabe? Eso ahora no importa. Iré a su casa, le preguntaré todo lo que sepa y si es necesario le mataré, algo me dice que si mato a éste no sufriré remordimientos.
Este hombre corre asombrosamente rápido, a pesar de las apariencias. Ha encendido un candil, mejor, si le pierdo de vista podré buscar la luz de la llama. A lo lejos ya puedo ver la luz de una choza y el humo que exhala una chimenea. El hombre me está esperando en la puerta haciéndome señas, no se que le pasa pero mira nervioso de lado a lado. Entro con él, no si antes darme un vuelco al corazón; un relámpago ha iluminado el bosque y me ha parecido ver a una niña. No se si lo he visto de verdad, prefiero pensar que me lo he imaginado.
jueves, 28 de febrero de 2008
#8
La noche era cerrada, y no se veía nada a más de metro y medio de la joven. A pesar de no haber parado ni una sola vez desde su huída del bosque, el cansancio no le hacía mella, en verdad, nunca se había sentido cansada; era como si algo ajeno a ella se esforzase en su lugar haciendo su voluntad.
Mientras pensaba en ese extraño asunto, vislumbró una pequeña abadía en la trifurcación de un camino; debía de ser una ermita de peregrinaje en la que se ofrecen comida y un cómodo lecho a todos los caminantes cansados.
Kimian decidió acercarse y conseguir ropas decentes, pues vestida de una forma tan tosca llamaba demasiado la atención.
La abadía estaba iluminada por antorchas de fuego perpetuo, las cuales aguantaban los fenómenos meteorológicos sin apagarse. Era una simple construcción abovedada de un piso hecha con madera en su totalidad. Las pesadas puertas eran de madera de fresno y las ventanas estaban adornadas con pequeñas vidrieras con poca ornamentación. Al acercarse a las puertas llamó con el nudillo tres veces y un ventanuco situado en lo alto de la puerta izquierda se abrió.
-¿Quién va?- preguntó un hombre al otro lado de la puerta- ¡Oh!, ¡una niña pequeña!- y acto seguido la puerta se abrió dejando paso a la joven.
Tras cruzar el umbral vio al hombre; un sudoroso y delgado monje, su cara estaba demacrada, tenía grandes ojeras y los ojos hundidos. Su barba era marrón, estaba enmarañada y sucia y su cabeza estaba escasamente poblada por unos grasientos cabellos.
La planta inferior de la abadía no contenía absolutamente nada, ni siquiera unas antorchas que iluminasen; seguramente porque la parte habitable se encontraba arriba; solamente había unas escaleras que llevaban al piso superior.
-¿Qué querías jovencita?-preguntó con tono amable- No esperes mucho de esta humilde abadía, pues a penas tengo nada que llevarme a la boca.
-Dame ropa.-contestó Kimian secamente.
-Valla, ciertamente parece ser que la necesitas, tengo algunas túnicas viejas, puedes dormir en alguna cama del piso superior mientras hago unos ropajes improvisados, serán calientes y no olerán como esos andrajos que llevas encima.
-Gracias.- dijo la joven, y acto seguido subió por las escaleras de madera.
El primer piso no era muy diferente de la planta baja, habían dos camas desechas totalmente, un pequeño fuego que iluminaba tenuemente la estancia y una mesa redonda con un taburete donde se encontraban una gran cantidad de libros.
Kimian se acercó a la cama y se quitó las pieles de la bestia asesinada; y completamente desnuda, se metió en la cama sin sueño. Cerró los ojos e intentó evadirse para conciliar el sueño. Poco a poco, el sopor se apoderaba de sus párpados y se durmió.
El monje terminó los ropajes y subió a entregárselos a Kimian, pero vio que la joven dormía profundamente. Se acercó a su cama y dejó los remiendos encima de su cama.
Luego se dirigió a la cama libre y se sentó mirando hacia la joven.
Era hermosa, sus cabellos dorados destellaban la luz del fuego y su tez morena revelaba su dura vida. El monje se levantó de la cama y se acercó a la de Kimian, acto seguido tocó sus mejillas y luego sus labios.
Agarró las sábanas y cuidadosamente destapó a la joven para que no se despertase. Su delicado cuerpo de niña yacía dormido y el monje la miraba de forma lasciva, sabía que lo que iba a hacer estaba mal, pero con una vida entera al servicio de su dios podría ser perdonado.
Acercando lentamente sus manos hacia Kimian sus pulsaciones iban en aumento, cuando tocó su torso desnudo una oleada de éxtasis estalló dentro de él, y mientras tocaba a la joven dormida se regodeaba. Suavemente descendió hasta su vientre y lentamente siguió descendiendo.
De repente, la joven abrió los ojos de par en par y agarró el brazo del monje que se sobresaltó e intentó zafarse, mas no lo consiguió y recibió un puñetazo en plena nariz que hizo que se rompiese al instante.
-¡Maldita zorra!, ¿¡te acojo en mi abadía y así me lo recompensas!?-gritó el monje llevándose las manos a su sanguinolenta nariz-¡te follaré y luego te mataré!
La joven, se levantó rápidamente de la cama, corrió hasta la mesa y agarró el taburete
El monje intentó atraparla, pero ella se escabulló dando una voltereta por su lado izquierdo, con el impulso conseguido al levantarse saltó sobre la cama y dando otro salto con todas sus fuerzas, propinó al monje un golpe con el taburete en la cara. El golpe le fracturó el cráneo y cayó al suelo muerto.
Un charco de sangre comenzó a brotar de las cabeza del hombre. Kimian cogió las ropas y se las puso. Eran unos harapos cosidos cuidadosamente formando una camisa y unas calzas.
La joven bajó a la planta baja, abrió la puerta que estaba cerrada con cerrojo y contempló como el cielo liberaba su ira en forma de fuerte tormenta. Pensó que lloviendo de esa forma sería mejor esperar o coger una capa de cuero, seguramente alguna debería haber por la abadía. Así que subió nuevamente al primer piso y buscó entre los libros, debajo de las camas y comprobó de qué material estaban hechas las ropas del muerto. A su pesar debería esperar a que se pasase la tormenta, pero se le ocurrió una idea. Impregnar con cera de vela una tela de lino lo suficientemente grande como para guarecerla del chaparrón.
Cogió la túnica del monje y desgarrándola consiguió una forma irregular, pero serviría. Luego cogió una de las velas que iluminaban la estancia y la puso en un cuenco de metal, arrancó unas cuantas hojas de los libros y prendió fuego a la pequeña montaña de papel. En poco rato la cera estaba líquida y lista para aplicar, cuidando de que no se enfriara, comenzó a verterla por la túnica y a extenderla con las tapas de cuero de un viejo libro en el que ponía con letras grandes: “Introducción a la Magia Curativa”.
Tras gastar varias velas y romper varios libros su capa estaba acabada, no era perfecta, pero la ayudaría a mantenerse seca hasta que dejase de llover. Bajó una vez más a la planta baja y comenzó su viaje errante.
No sabía a dónde dirigirse, así que miró el poste señalizador que se encontraba en medio de la trifurcación del camino. “Negurzaul a media hora”, en esa dirección se dirigía la tormenta, y ella decidió ir en la misma dirección, para que nadie la viese.
La lluvia golpeaba furiosamente su capa y se hacía difícil andar, por lo que la media hora se alargó a una hora entera de truenos y relámpagos; pero por fin llegó a Negurzaul, una muralla se elevaba y protegía la ciudad, pero difícilmente vislumbró como una silueta salía por el gran portón y tras unos segundos, otra de menor tamaño.
El primer individuo se internó en el bosque y Kimian, rápidamente, corrió detrás de él y se escondió tras un árbol. El otro individuo; un niño de aproximadamente quince años se encontraba a escasos metros del misterioso hombre; el cual desenvainó una espada y cortó el cuello a su perseguidor. Un rayo iluminó las escena, el niño decapitado y el joven, poco mayor que el limpió la espada, la enfundó y salió corriendo.
Kimian sin pensárselo dos veces lo siguió para descubrir quién era.
Mientras pensaba en ese extraño asunto, vislumbró una pequeña abadía en la trifurcación de un camino; debía de ser una ermita de peregrinaje en la que se ofrecen comida y un cómodo lecho a todos los caminantes cansados.
Kimian decidió acercarse y conseguir ropas decentes, pues vestida de una forma tan tosca llamaba demasiado la atención.
La abadía estaba iluminada por antorchas de fuego perpetuo, las cuales aguantaban los fenómenos meteorológicos sin apagarse. Era una simple construcción abovedada de un piso hecha con madera en su totalidad. Las pesadas puertas eran de madera de fresno y las ventanas estaban adornadas con pequeñas vidrieras con poca ornamentación. Al acercarse a las puertas llamó con el nudillo tres veces y un ventanuco situado en lo alto de la puerta izquierda se abrió.
-¿Quién va?- preguntó un hombre al otro lado de la puerta- ¡Oh!, ¡una niña pequeña!- y acto seguido la puerta se abrió dejando paso a la joven.
Tras cruzar el umbral vio al hombre; un sudoroso y delgado monje, su cara estaba demacrada, tenía grandes ojeras y los ojos hundidos. Su barba era marrón, estaba enmarañada y sucia y su cabeza estaba escasamente poblada por unos grasientos cabellos.
La planta inferior de la abadía no contenía absolutamente nada, ni siquiera unas antorchas que iluminasen; seguramente porque la parte habitable se encontraba arriba; solamente había unas escaleras que llevaban al piso superior.
-¿Qué querías jovencita?-preguntó con tono amable- No esperes mucho de esta humilde abadía, pues a penas tengo nada que llevarme a la boca.
-Dame ropa.-contestó Kimian secamente.
-Valla, ciertamente parece ser que la necesitas, tengo algunas túnicas viejas, puedes dormir en alguna cama del piso superior mientras hago unos ropajes improvisados, serán calientes y no olerán como esos andrajos que llevas encima.
-Gracias.- dijo la joven, y acto seguido subió por las escaleras de madera.
El primer piso no era muy diferente de la planta baja, habían dos camas desechas totalmente, un pequeño fuego que iluminaba tenuemente la estancia y una mesa redonda con un taburete donde se encontraban una gran cantidad de libros.
Kimian se acercó a la cama y se quitó las pieles de la bestia asesinada; y completamente desnuda, se metió en la cama sin sueño. Cerró los ojos e intentó evadirse para conciliar el sueño. Poco a poco, el sopor se apoderaba de sus párpados y se durmió.
El monje terminó los ropajes y subió a entregárselos a Kimian, pero vio que la joven dormía profundamente. Se acercó a su cama y dejó los remiendos encima de su cama.
Luego se dirigió a la cama libre y se sentó mirando hacia la joven.
Era hermosa, sus cabellos dorados destellaban la luz del fuego y su tez morena revelaba su dura vida. El monje se levantó de la cama y se acercó a la de Kimian, acto seguido tocó sus mejillas y luego sus labios.
Agarró las sábanas y cuidadosamente destapó a la joven para que no se despertase. Su delicado cuerpo de niña yacía dormido y el monje la miraba de forma lasciva, sabía que lo que iba a hacer estaba mal, pero con una vida entera al servicio de su dios podría ser perdonado.
Acercando lentamente sus manos hacia Kimian sus pulsaciones iban en aumento, cuando tocó su torso desnudo una oleada de éxtasis estalló dentro de él, y mientras tocaba a la joven dormida se regodeaba. Suavemente descendió hasta su vientre y lentamente siguió descendiendo.
De repente, la joven abrió los ojos de par en par y agarró el brazo del monje que se sobresaltó e intentó zafarse, mas no lo consiguió y recibió un puñetazo en plena nariz que hizo que se rompiese al instante.
-¡Maldita zorra!, ¿¡te acojo en mi abadía y así me lo recompensas!?-gritó el monje llevándose las manos a su sanguinolenta nariz-¡te follaré y luego te mataré!
La joven, se levantó rápidamente de la cama, corrió hasta la mesa y agarró el taburete
El monje intentó atraparla, pero ella se escabulló dando una voltereta por su lado izquierdo, con el impulso conseguido al levantarse saltó sobre la cama y dando otro salto con todas sus fuerzas, propinó al monje un golpe con el taburete en la cara. El golpe le fracturó el cráneo y cayó al suelo muerto.
Un charco de sangre comenzó a brotar de las cabeza del hombre. Kimian cogió las ropas y se las puso. Eran unos harapos cosidos cuidadosamente formando una camisa y unas calzas.
La joven bajó a la planta baja, abrió la puerta que estaba cerrada con cerrojo y contempló como el cielo liberaba su ira en forma de fuerte tormenta. Pensó que lloviendo de esa forma sería mejor esperar o coger una capa de cuero, seguramente alguna debería haber por la abadía. Así que subió nuevamente al primer piso y buscó entre los libros, debajo de las camas y comprobó de qué material estaban hechas las ropas del muerto. A su pesar debería esperar a que se pasase la tormenta, pero se le ocurrió una idea. Impregnar con cera de vela una tela de lino lo suficientemente grande como para guarecerla del chaparrón.
Cogió la túnica del monje y desgarrándola consiguió una forma irregular, pero serviría. Luego cogió una de las velas que iluminaban la estancia y la puso en un cuenco de metal, arrancó unas cuantas hojas de los libros y prendió fuego a la pequeña montaña de papel. En poco rato la cera estaba líquida y lista para aplicar, cuidando de que no se enfriara, comenzó a verterla por la túnica y a extenderla con las tapas de cuero de un viejo libro en el que ponía con letras grandes: “Introducción a la Magia Curativa”.
Tras gastar varias velas y romper varios libros su capa estaba acabada, no era perfecta, pero la ayudaría a mantenerse seca hasta que dejase de llover. Bajó una vez más a la planta baja y comenzó su viaje errante.
No sabía a dónde dirigirse, así que miró el poste señalizador que se encontraba en medio de la trifurcación del camino. “Negurzaul a media hora”, en esa dirección se dirigía la tormenta, y ella decidió ir en la misma dirección, para que nadie la viese.
La lluvia golpeaba furiosamente su capa y se hacía difícil andar, por lo que la media hora se alargó a una hora entera de truenos y relámpagos; pero por fin llegó a Negurzaul, una muralla se elevaba y protegía la ciudad, pero difícilmente vislumbró como una silueta salía por el gran portón y tras unos segundos, otra de menor tamaño.
El primer individuo se internó en el bosque y Kimian, rápidamente, corrió detrás de él y se escondió tras un árbol. El otro individuo; un niño de aproximadamente quince años se encontraba a escasos metros del misterioso hombre; el cual desenvainó una espada y cortó el cuello a su perseguidor. Un rayo iluminó las escena, el niño decapitado y el joven, poco mayor que el limpió la espada, la enfundó y salió corriendo.
Kimian sin pensárselo dos veces lo siguió para descubrir quién era.
#7
- “¡Ya basta! A pesar de tu deseo, tú tienes una obligación que cumplir. Ahora vete a ayudar a tu padre, y dile que necesitamos que arregle pronto ese cañón para la torreta. Deja de soñar e intenta ser útil de la forma que sabes, no con fantasías ni búsquedas de poder que no existen.”
-------------------------------------------------------------------------------------
Esas palabras le hirieron mas que cualquier comentario que le hubiese dicho su padre. Aquellas palabras le martilleaban una y otra vez en su mente provocándole un intenso dolor de cabeza. Tal vez estaba cometiendo una locura pero la furia que rugía dentro de él no le permitía pensar en otra cosa.
Su padre había dejado de trabajar y la forja crepitaba con las ultimas chispas del día. Jark rebuscaba como loco algo, removiendo pilas de espadas y trabucos. Una estantería llena de alabardas cayó al suelo haciendo un estrepitoso ruido. El chico se quedo quieto, temeroso de que alguien cercano hubiese escuchado algo, hasta que la herrería quedo de nuevo en absoluto silencio. Colocó las armas en su sitio y su vista se dirigió hacia un baúl bajo una mesa de trabajo.
Corrió desesperadamente hacia allí deseando encontrar su ansiado objeto. El arca estaba corroída por el tiempo y las termitas se habían dado un banquete en la parte de abajo. Se tocó el pecho para buscar una especie de colgante y sacó una llave unida a una cadena. Con el pulso tembloroso la introdujo y la giró. Un mecanismo interior sonó secamente y la tapa del baúl se elevó un poco. Jark lo abrió completamente y ante él había un sable envuelto en cuero. La sacó con tremendo cuidado y desenvolvió la funda.
Ante él reposaba un sable reluciente, perfecta, con un filo que, aparentemente, seguía como el primer día. Su curvatura era perfecta, diseñada para provocar un corte limpio y tangencial, su contrafilo era de color negro y su guarda o rodela estaba decorada con el dibujo de una rosa. La empuñadura, hecha con madera de roble, estaba decorado con trenzas de algodón y finalmente la funda, de madera lacada brillaba con un color negruzco.
Este magnífico sable se lo regaló su padre cuando era pequeño. Le explico que se llamaba Katana y se elaboraba en un país muy lejano. También le dijo que de joven el viajó allí y un maestro herrero le enseñó a fabricarlas, aunque en su pueblo, en Negurzaul, solo hubiese hecho aquel ejemplar.
-------------------------------------------------------------------------------------
Abrió la puerta lo suficiente para ver que en la calle no había nadie y salió corriendo. Un trueno advirtió de la tormenta que se acercaba rápidamente al pueblo así que Jara aceleró el paso. El corazón le latía fuertemente y le temblaban las piernas con sólo pensar en lo que estaba haciendo. Intentó concentrarse y se acercó sigilosamente a la puerta este de Negurzaul y se alegró al ver que los guardias dormían profundamente. Hizo girar la polea despacio para que los mecanismos no sonasen y cuando la puerta estuvo lo suficientemente alta, la atasco con un gran palo. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer y jara no pudo evitar soltar algunas lágrimas al pensar todo lo que dejaba atrás. Un rayo iluminó la oscura tarde y le hizo jugar una mala pasada al chico al ver una sombra detrás suyo. Comenzó a adentrarse al oscuro y salvaje bosque.
Un nuevo relámpago iluminó el bosque entero y esta vez a Jark no le cabía duda de que alguien le seguía.
-Eh, ¿hay alguien ahí?- dijo el misterioso perseguidor- ¿Jark, eres tú? Entra otra vez que está lloviendo a mares.
Su mente se colapsó; aquel tipo sabía que era él, si se iba ahora, sabrían que se había marchado. Sin pensárselo dos veces desenfundo la katana y corrió hasta situarse detrás de la persona para rebanarle la cabeza, atravesando carne y hueso limpiamente. Un último rayo iluminó el rostro de un chaval de apenas quince años y su cuerpo decapitado al lado chorreando sangre. Jark se contuvo las náuseas y limpió la katana.
-Creo que mi vida de mercenario ha comenzado- dijo entre lágrimas.
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Esas palabras le hirieron mas que cualquier comentario que le hubiese dicho su padre. Aquellas palabras le martilleaban una y otra vez en su mente provocándole un intenso dolor de cabeza. Tal vez estaba cometiendo una locura pero la furia que rugía dentro de él no le permitía pensar en otra cosa.
Su padre había dejado de trabajar y la forja crepitaba con las ultimas chispas del día. Jark rebuscaba como loco algo, removiendo pilas de espadas y trabucos. Una estantería llena de alabardas cayó al suelo haciendo un estrepitoso ruido. El chico se quedo quieto, temeroso de que alguien cercano hubiese escuchado algo, hasta que la herrería quedo de nuevo en absoluto silencio. Colocó las armas en su sitio y su vista se dirigió hacia un baúl bajo una mesa de trabajo.
Corrió desesperadamente hacia allí deseando encontrar su ansiado objeto. El arca estaba corroída por el tiempo y las termitas se habían dado un banquete en la parte de abajo. Se tocó el pecho para buscar una especie de colgante y sacó una llave unida a una cadena. Con el pulso tembloroso la introdujo y la giró. Un mecanismo interior sonó secamente y la tapa del baúl se elevó un poco. Jark lo abrió completamente y ante él había un sable envuelto en cuero. La sacó con tremendo cuidado y desenvolvió la funda.
Ante él reposaba un sable reluciente, perfecta, con un filo que, aparentemente, seguía como el primer día. Su curvatura era perfecta, diseñada para provocar un corte limpio y tangencial, su contrafilo era de color negro y su guarda o rodela estaba decorada con el dibujo de una rosa. La empuñadura, hecha con madera de roble, estaba decorado con trenzas de algodón y finalmente la funda, de madera lacada brillaba con un color negruzco.
Este magnífico sable se lo regaló su padre cuando era pequeño. Le explico que se llamaba Katana y se elaboraba en un país muy lejano. También le dijo que de joven el viajó allí y un maestro herrero le enseñó a fabricarlas, aunque en su pueblo, en Negurzaul, solo hubiese hecho aquel ejemplar.
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Abrió la puerta lo suficiente para ver que en la calle no había nadie y salió corriendo. Un trueno advirtió de la tormenta que se acercaba rápidamente al pueblo así que Jara aceleró el paso. El corazón le latía fuertemente y le temblaban las piernas con sólo pensar en lo que estaba haciendo. Intentó concentrarse y se acercó sigilosamente a la puerta este de Negurzaul y se alegró al ver que los guardias dormían profundamente. Hizo girar la polea despacio para que los mecanismos no sonasen y cuando la puerta estuvo lo suficientemente alta, la atasco con un gran palo. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer y jara no pudo evitar soltar algunas lágrimas al pensar todo lo que dejaba atrás. Un rayo iluminó la oscura tarde y le hizo jugar una mala pasada al chico al ver una sombra detrás suyo. Comenzó a adentrarse al oscuro y salvaje bosque.
Un nuevo relámpago iluminó el bosque entero y esta vez a Jark no le cabía duda de que alguien le seguía.
-Eh, ¿hay alguien ahí?- dijo el misterioso perseguidor- ¿Jark, eres tú? Entra otra vez que está lloviendo a mares.
Su mente se colapsó; aquel tipo sabía que era él, si se iba ahora, sabrían que se había marchado. Sin pensárselo dos veces desenfundo la katana y corrió hasta situarse detrás de la persona para rebanarle la cabeza, atravesando carne y hueso limpiamente. Un último rayo iluminó el rostro de un chaval de apenas quince años y su cuerpo decapitado al lado chorreando sangre. Jark se contuvo las náuseas y limpió la katana.
-Creo que mi vida de mercenario ha comenzado- dijo entre lágrimas.
#6
Levantándose de la silla, se despojó de la pesada armadura y abandonó la pequeña torreta. Hiven estaba cansado, aquella armadura le pedía un esfuerzo bastante grande para ser llevada, cargando todo el peso sobre los hombros del muchacho. Despidiéndose de su relevo, un hombre algo anciano de 57 años llamado Tim, se marchó a buscar nuevamente a Jark. Aun recordaba cómo había sido su última conversación, en la cual había sido poco agradable:
- “Debes hacer caso a tu padre, y ayudarle en la herrería. Tu conoces mejor que nadie sus técnicas, y estás mejor preparado de lo que muchos lo estarían entrenando durante años. Además, la milicia es un asco. No hago más que aburrirme durante las 3 horas que dura cada uno de mis tres turnos diarios.”
- “Pero yo quiero unirme, quiero ser útil y ayudar a la gente. Quiero combatir.”
- “Si quieres ser de ayuda, forja armas mejores y busca aleaciones más fuertes. Si quieres combatir, entrena conmigo para el día en que fallen las defensas. Si lo que quieres es combatir, asegúrate antes de que sabes hacerlo.”
- “Odio obedecer siempre a mi padre, estar bajo sus órdenes día y noche. En ocasiones deseo escapar de él, y comenzar una nueva vida como mercenario, como cazarrecompensas o cualquier cosa. Todo con tal de ser libre…”
- “Nadie es libre en estos tiempos, Jark. Todos somos esclavos, ratones ocultos en nuestra madriguera. ¿Nuestras opciones? Resistir en nuestro agujero, rebelarnos o rendirnos. Ten por seguro que nadie se va a rendir, y la rebelión solo conseguiría matar o convertir a la gente.”
- “¡Precisamente por eso quiero combatir! Ayudar a la gente, ser más fuerte, ganar más poder y conquistar a enemigo…”
- “¡Ya basta! A pesar de tu deseo, tú tienes una obligación que cumplir. Ahora vete a ayudar a tu padre, y dile que necesitamos que arregle pronto ese cañón para la torreta. Deja de soñar e intenta ser útil de la forma que sabes, no con fantasías ni búsquedas de poder que no existen.”
Tras esas palabras, Jark se marchó dando un sonoro portazo mientras su cara se volvía roja de furia. Hiven se quedó un rato mirando la puerta, la cual ya comenzaba a caerse de sus bisagras, mientras pensaba en su amigo y su constante petición de ingreso.
______________________________
Tres golpes sobre la madera chapada de metal, y unos agigantados pasos surcaron la estancia.
- ¡Ya va! Tú, mientras, ve dándole más calor a esa caldera, mientras yo atiend… ¡Ah, eres tú! –dijo el herrero al entrar por la puerta de la trastienda, que llevaba a la forja dónde fraguaba el metal.
- Hola de nuevo. ¿Está Jark?
- No. Dijo que había ido a buscarte, y desde entonces no hemos sabido nada de él. Eso ocurrió hace cuatro horas aproximadamente.
- ¿Dónde diablos se habrá metido? No es propiamente suyo el desaparecer… - Hiven comenzó a marcharse al tiempo que decía esto
- ¡Todo esto es por tu puta culpa, niñato! Si no le metieras esas ideas ridículas en la cabeza, no estaría jodiéndose la vida. ¡Lárgate de su vida, déjale en paz y no vuelvas! Susputosmuertoslamadrequeletrajoalmundoapedosquelosputosdem… - Gritaba y juraba el herrero, aumentando la rapidez de su palabra hasta llegar a una velocidad inhumana de verborrea y blasfemias.
- Gracias, que tenga un buen día. Procure tener el cañón listo para mañana.
Hiven se alejó de la tienda, aun oyendo como el progenitor de su amigo continuaba “alabando” su persona. Haciendo caso omiso, Hiven comenzó a recordar las palabras de su amigo:
“Odio obedecer siempre a mi padre, estar bajo sus órdenes día y noche. En ocasiones deseo escapar de él, y comenzar una nueva vida como mercenario, como cazarrecompensas o cualquier cosa. Todo con tal de ser libre…”
“Todo con tal de ser libre”
“Una nueva vida”
“Ser libre…”
- ¡Hijo de puta! – Cayó en la cuenta – ¡Va a escaparse del poblado!
- “Debes hacer caso a tu padre, y ayudarle en la herrería. Tu conoces mejor que nadie sus técnicas, y estás mejor preparado de lo que muchos lo estarían entrenando durante años. Además, la milicia es un asco. No hago más que aburrirme durante las 3 horas que dura cada uno de mis tres turnos diarios.”
- “Pero yo quiero unirme, quiero ser útil y ayudar a la gente. Quiero combatir.”
- “Si quieres ser de ayuda, forja armas mejores y busca aleaciones más fuertes. Si quieres combatir, entrena conmigo para el día en que fallen las defensas. Si lo que quieres es combatir, asegúrate antes de que sabes hacerlo.”
- “Odio obedecer siempre a mi padre, estar bajo sus órdenes día y noche. En ocasiones deseo escapar de él, y comenzar una nueva vida como mercenario, como cazarrecompensas o cualquier cosa. Todo con tal de ser libre…”
- “Nadie es libre en estos tiempos, Jark. Todos somos esclavos, ratones ocultos en nuestra madriguera. ¿Nuestras opciones? Resistir en nuestro agujero, rebelarnos o rendirnos. Ten por seguro que nadie se va a rendir, y la rebelión solo conseguiría matar o convertir a la gente.”
- “¡Precisamente por eso quiero combatir! Ayudar a la gente, ser más fuerte, ganar más poder y conquistar a enemigo…”
- “¡Ya basta! A pesar de tu deseo, tú tienes una obligación que cumplir. Ahora vete a ayudar a tu padre, y dile que necesitamos que arregle pronto ese cañón para la torreta. Deja de soñar e intenta ser útil de la forma que sabes, no con fantasías ni búsquedas de poder que no existen.”
Tras esas palabras, Jark se marchó dando un sonoro portazo mientras su cara se volvía roja de furia. Hiven se quedó un rato mirando la puerta, la cual ya comenzaba a caerse de sus bisagras, mientras pensaba en su amigo y su constante petición de ingreso.
______________________________
Tres golpes sobre la madera chapada de metal, y unos agigantados pasos surcaron la estancia.
- ¡Ya va! Tú, mientras, ve dándole más calor a esa caldera, mientras yo atiend… ¡Ah, eres tú! –dijo el herrero al entrar por la puerta de la trastienda, que llevaba a la forja dónde fraguaba el metal.
- Hola de nuevo. ¿Está Jark?
- No. Dijo que había ido a buscarte, y desde entonces no hemos sabido nada de él. Eso ocurrió hace cuatro horas aproximadamente.
- ¿Dónde diablos se habrá metido? No es propiamente suyo el desaparecer… - Hiven comenzó a marcharse al tiempo que decía esto
- ¡Todo esto es por tu puta culpa, niñato! Si no le metieras esas ideas ridículas en la cabeza, no estaría jodiéndose la vida. ¡Lárgate de su vida, déjale en paz y no vuelvas! Susputosmuertoslamadrequeletrajoalmundoapedosquelosputosdem… - Gritaba y juraba el herrero, aumentando la rapidez de su palabra hasta llegar a una velocidad inhumana de verborrea y blasfemias.
- Gracias, que tenga un buen día. Procure tener el cañón listo para mañana.
Hiven se alejó de la tienda, aun oyendo como el progenitor de su amigo continuaba “alabando” su persona. Haciendo caso omiso, Hiven comenzó a recordar las palabras de su amigo:
“Odio obedecer siempre a mi padre, estar bajo sus órdenes día y noche. En ocasiones deseo escapar de él, y comenzar una nueva vida como mercenario, como cazarrecompensas o cualquier cosa. Todo con tal de ser libre…”
“Todo con tal de ser libre”
“Una nueva vida”
“Ser libre…”
- ¡Hijo de puta! – Cayó en la cuenta – ¡Va a escaparse del poblado!
#5
Ya habían pasado varias horas desde que Kimian consiguió salir de ese húmedo y oscuro bosque y la joven respiraba con alivio el puro aire de las planicies en las que se encontraba; era un lugar muy hermoso; el suelo estaba tapizado de dorados campos de trigo silvestre salpicado de diversos colores de las flores de la temporada cuyos vivos colores semejaban los ojos de Kimian. Sus ropas de pieles ya comenzaban a desprender fuertes olores pútridos; pero a la joven no le preocupaban; era mejor que nada y además la resguardaban del frío de aquel día. Era extraño; aunque el sol se alzaba en lo alto la oscuridad era casi completa y sus rayos no calentaban lo más mínimo.
“¿Qué será de los otros?” pensó la joven. Ya hacían doces días desde que abandonó el campamento y se internó en el bosque con el fin de superar la prueba de la supervivencia. Ella no quería seguir aquella vida, no le gustaba estar bajo el control de nadie y menos de un general descerebrado que no distinguiría un cuchillo de una lanza.
Esa vida no era para ella; estaba segura; Kimian prefería vivir a su manera como cazarecompensas. Controlaba de una forma aceptable gran cantidad de armas y, a pesar de su corta edad era una auténtica máquina de matar en el combate cuerpo a cuerpo. Sus instructores se habían encargado de que eso fuera así porque ella era La Elegida.
Ese estúpido nombre, un título que marcó su vida desde su nacimiento en el cual sus ojos demostraron su verdadera naturaleza; un ojo azul, símbolo de la volubilidad y poder de las aguas; y un ojo ámbar, signo de la inmensa fuerza y rebeldía del rayo.
Azul y ámbar; una vida diferente; tratada desde su nacimiento como una adulta. La verdad es que ella recordaba su nacimiento, ese despojo de la seguridad que proporcionaba el seno de su madre. Ya no importaba; no era momento para lamentaciones, tenía que alejarse lo más posible de su campamento, armarse y si era posible formar un grupo de personas para la lucha constante a la que quería enfrentarse; la sed de venganza contra la tecnología y la magia. Esos dos monstruos creciente habían acabado con su familia y amigos. Por eso; se vengaría de todas las personas que utilizasen cualquiera de las dos fuerzas. Ella sabía que una espada es la más fuerte de las armas, con la forma adecuada puede canalizar la magia y repelerla y bien afilada puede acabar con cualquier máquina.
Pero hasta que llegue ese momento, tendría que permanecer escondida.
“¿Qué será de los otros?” pensó la joven. Ya hacían doces días desde que abandonó el campamento y se internó en el bosque con el fin de superar la prueba de la supervivencia. Ella no quería seguir aquella vida, no le gustaba estar bajo el control de nadie y menos de un general descerebrado que no distinguiría un cuchillo de una lanza.
Esa vida no era para ella; estaba segura; Kimian prefería vivir a su manera como cazarecompensas. Controlaba de una forma aceptable gran cantidad de armas y, a pesar de su corta edad era una auténtica máquina de matar en el combate cuerpo a cuerpo. Sus instructores se habían encargado de que eso fuera así porque ella era La Elegida.
Ese estúpido nombre, un título que marcó su vida desde su nacimiento en el cual sus ojos demostraron su verdadera naturaleza; un ojo azul, símbolo de la volubilidad y poder de las aguas; y un ojo ámbar, signo de la inmensa fuerza y rebeldía del rayo.
Azul y ámbar; una vida diferente; tratada desde su nacimiento como una adulta. La verdad es que ella recordaba su nacimiento, ese despojo de la seguridad que proporcionaba el seno de su madre. Ya no importaba; no era momento para lamentaciones, tenía que alejarse lo más posible de su campamento, armarse y si era posible formar un grupo de personas para la lucha constante a la que quería enfrentarse; la sed de venganza contra la tecnología y la magia. Esos dos monstruos creciente habían acabado con su familia y amigos. Por eso; se vengaría de todas las personas que utilizasen cualquiera de las dos fuerzas. Ella sabía que una espada es la más fuerte de las armas, con la forma adecuada puede canalizar la magia y repelerla y bien afilada puede acabar con cualquier máquina.
Pero hasta que llegue ese momento, tendría que permanecer escondida.
#4
Un águila cruzó el cielo bajo la luz del sol blanco. A Berq le gustaban las águilas: eran el símbolo de su familia, su animal guardián. Instintivamente se tocó con la mano izquierda su Euca, el colgante que le colgaba del pecho. Según las historias de su familia, era un poderoso talismán. Él, sin embargo, lo hubiera llevado aunque se tratara de un simple folca, o colgante inservible: era el nombre que les ponían los Earicus a los colgantes sin poderes. A Berq le gustaba su Euca por su dibujo, y por lo que representaba: un águila de sable sobrerelieve en un campo de plata con 4 estrellas de nácar; una estrella para el Norte, el Sur, el Este y el Oeste; una estrella para los vivos, los muertos, los dioses y los meztizos, perdidos en su desdicha; una estrella por tu sangre, por tu amada, por tus amigos y por tu enemigos. Y un águila de sable, como la noche que precede a la mañana, y libre, libre de escoger su estrella.
El muchacho de pelo cesleste claro, casi blanco, se levantó del suave lecho de hierbas desde el que había observado el cielo durante horas, hasta que el ave rapaz lo trajo de nuevo al muindo real. Sus ojos púrpura observaron como se acercaba hacía allí, mientras extendía el brazo para que se posara en él suavemente. Se llamaba Nímal, pero Berq la llamaba Nim. Como a él mismo, prefería que le acortaran su nombre, pues completo le parecía horroroso: Berquerio Wuncit, del pueblo Earicus, hijo de Artime Wungcit y Eilea Fashet.
Al igual que el resto de su etnia, tenía la piel blanca, muy blanca, exceto en las mejillas, que eran de un tono rosa claro. No eran bien recibidos en ningún pueblo o ciudad. Se decía que traían la desgracia y la pérdida de las cosechas allí dónde permanecían más de 7 días, pues sus animales guardianes acababan con todo. Pero era mentira. No tenían ningún fundamento lógico en el que sustentarse para afirmar eso. Nadie les hablaba directamente, y si tenían que hacerlo evitaban sus ojos (provocaban mal de ojo) Les creían salvajes, asesinos y lascivos.
-Pero tú y yo estamos por encima de todas esas tonterías, ¿verdad?- le dijo a Nim mientras le acariciaba la cabeza. El águila batió las alas en señal de conformidad.
Berq sonrió. Era un joven de 23 años, fuerte, pero poco dado a las batallas. Prefería una buena historia a una buena caza. Un zorro de pelaje rojo apareció de entre los arbustos. Berq sonrió: Trek siempre aparecía de improviso. El zorro era el animal guardián de la familia de su madre, y aunque el suyo era el águila, creía que debía tener también el de la otra mitad de su sangre. Trek se le acercó, y le lamió la mano. Se oyó el sonido de un cuerno. El águila alzó el vuelo. El cuadrúpedo gruñó y enseñó los dientes. El rostro de Berq se tornó serio.
-Ya vienen
El zorro corrió como el viento por la tierra y el águila cruzó como un rayo el cielo. Berq tomó su Lesma, el bastón espada de su pueblo. Si había que luchar, que así fuera. Corrió por el campo en la dirección opuesta a la de su pueblo. Él ya había elegido su estrella.
El muchacho de pelo cesleste claro, casi blanco, se levantó del suave lecho de hierbas desde el que había observado el cielo durante horas, hasta que el ave rapaz lo trajo de nuevo al muindo real. Sus ojos púrpura observaron como se acercaba hacía allí, mientras extendía el brazo para que se posara en él suavemente. Se llamaba Nímal, pero Berq la llamaba Nim. Como a él mismo, prefería que le acortaran su nombre, pues completo le parecía horroroso: Berquerio Wuncit, del pueblo Earicus, hijo de Artime Wungcit y Eilea Fashet.
Al igual que el resto de su etnia, tenía la piel blanca, muy blanca, exceto en las mejillas, que eran de un tono rosa claro. No eran bien recibidos en ningún pueblo o ciudad. Se decía que traían la desgracia y la pérdida de las cosechas allí dónde permanecían más de 7 días, pues sus animales guardianes acababan con todo. Pero era mentira. No tenían ningún fundamento lógico en el que sustentarse para afirmar eso. Nadie les hablaba directamente, y si tenían que hacerlo evitaban sus ojos (provocaban mal de ojo) Les creían salvajes, asesinos y lascivos.
-Pero tú y yo estamos por encima de todas esas tonterías, ¿verdad?- le dijo a Nim mientras le acariciaba la cabeza. El águila batió las alas en señal de conformidad.
Berq sonrió. Era un joven de 23 años, fuerte, pero poco dado a las batallas. Prefería una buena historia a una buena caza. Un zorro de pelaje rojo apareció de entre los arbustos. Berq sonrió: Trek siempre aparecía de improviso. El zorro era el animal guardián de la familia de su madre, y aunque el suyo era el águila, creía que debía tener también el de la otra mitad de su sangre. Trek se le acercó, y le lamió la mano. Se oyó el sonido de un cuerno. El águila alzó el vuelo. El cuadrúpedo gruñó y enseñó los dientes. El rostro de Berq se tornó serio.
-Ya vienen
El zorro corrió como el viento por la tierra y el águila cruzó como un rayo el cielo. Berq tomó su Lesma, el bastón espada de su pueblo. Si había que luchar, que así fuera. Corrió por el campo en la dirección opuesta a la de su pueblo. Él ya había elegido su estrella.
#3
Kimian yacía tirada en el suelo del húmedo bosque encogida en posición fetal, sin nada que comer.
Su ojo izquierdo, del color del ámbar escrutaba su alrededor en busca de cualquier animal del bosque al cual pudiera darle caza y calmar su creciente y agónico hambre.
De repente; un ruido sonó a sus espaldas, un estruendo que no podía causar una ardilla o un pajarillo; si no algo mucho más grande. Como impulsada por un resorte Kimian se puso en pie y miró rápidamente a sus espaldas. Un walkoj se encontraba frente a ella con sus fauces repletas de afilados dientes abiertas de par en par para acabar de un bocado con aquella niña de siete años desprotegida.
Cuando el animal entró en acción Kimian dio una voltereta debajo suyo y aprovechando el impulso que el húmedo suelo le proporcionaba descargó una patada en el estómago de la bestia. Ante brutal golpe, el animal expulsó grandes cantidades de sangre por su boca y nariz y se desplomó encima de la joven. El animal se debatía entre la vida y la muerte a causa de que el golpe le cortó la respiración; así que Kimian se levantó del suelo, cogió una roca y machacó la cabeza del walkoj de un solo golpe. Unas gotas de sangre y sesos saltaron en todas las direcciones y mancharon el cuerpo desnudo de la joven. Sin inmutarse lo más mínimo de su sádica acción la joven se agachó y miró con sus ojos; el derecho era del color del mar y el izquierdo refulgía como un relámpago; al inerte animal – su comida y ropa ya no eran problema- el cual yacía de costado y sangrando poco a poco por sus fauces.
Acto seguido se levantó y cogió un par de piedras con las que hacer una cuchilla para desollar y comerse a la bestia.
-Señor; Kimian todavía no a aparecido, sinceramente; estoy muy preocupado por ella. Este bosque entraña grandes peligros para una niña de siete años.
-Tonterías Seneib, Kimian puede ella sola con todos esos monstruos; recuerda que ella es, La Elegida.
La joven ya había comido; la carne no era gran cosa, pero era mejor que nada. Con las pieles del animal se había hecho unos ropajes improvisados los cuales cubrían torso y espalda hasta las rodillas y se ataban a la cintura para evitar su incomodidad en combate y con las pieles restantes hizo una capa larga. Aunque el pellejo del animal no estaba seco no le importaba, el olor a putrefacción alejaría a las fieras.
Vestida y con su hambre saciada emprendió el camino para salir del bosque; si corría no le costaría más de dos horas en traspasarlo para ir al campamento en el cual la esperaban; pero sus intenciones no eran esas...
Su ojo izquierdo, del color del ámbar escrutaba su alrededor en busca de cualquier animal del bosque al cual pudiera darle caza y calmar su creciente y agónico hambre.
De repente; un ruido sonó a sus espaldas, un estruendo que no podía causar una ardilla o un pajarillo; si no algo mucho más grande. Como impulsada por un resorte Kimian se puso en pie y miró rápidamente a sus espaldas. Un walkoj se encontraba frente a ella con sus fauces repletas de afilados dientes abiertas de par en par para acabar de un bocado con aquella niña de siete años desprotegida.
Cuando el animal entró en acción Kimian dio una voltereta debajo suyo y aprovechando el impulso que el húmedo suelo le proporcionaba descargó una patada en el estómago de la bestia. Ante brutal golpe, el animal expulsó grandes cantidades de sangre por su boca y nariz y se desplomó encima de la joven. El animal se debatía entre la vida y la muerte a causa de que el golpe le cortó la respiración; así que Kimian se levantó del suelo, cogió una roca y machacó la cabeza del walkoj de un solo golpe. Unas gotas de sangre y sesos saltaron en todas las direcciones y mancharon el cuerpo desnudo de la joven. Sin inmutarse lo más mínimo de su sádica acción la joven se agachó y miró con sus ojos; el derecho era del color del mar y el izquierdo refulgía como un relámpago; al inerte animal – su comida y ropa ya no eran problema- el cual yacía de costado y sangrando poco a poco por sus fauces.
Acto seguido se levantó y cogió un par de piedras con las que hacer una cuchilla para desollar y comerse a la bestia.
-Señor; Kimian todavía no a aparecido, sinceramente; estoy muy preocupado por ella. Este bosque entraña grandes peligros para una niña de siete años.
-Tonterías Seneib, Kimian puede ella sola con todos esos monstruos; recuerda que ella es, La Elegida.
La joven ya había comido; la carne no era gran cosa, pero era mejor que nada. Con las pieles del animal se había hecho unos ropajes improvisados los cuales cubrían torso y espalda hasta las rodillas y se ataban a la cintura para evitar su incomodidad en combate y con las pieles restantes hizo una capa larga. Aunque el pellejo del animal no estaba seco no le importaba, el olor a putrefacción alejaría a las fieras.
Vestida y con su hambre saciada emprendió el camino para salir del bosque; si corría no le costaría más de dos horas en traspasarlo para ir al campamento en el cual la esperaban; pero sus intenciones no eran esas...
#2
Era ya de dia y unos timidos rayos de sol se filtraban por la ventana de la habitacion de Jark. El chico intentaba esquivarlos mientras dormía pero después de que la luz inundara el cuarto se despertó. Se frotó los ojos para quitarse las legañas y se levantó de la cama.
-Jark, hijo despierta ya-gritó una voz fuera de la habitación.
-Ya estoy despierto mamá-contestó él.
Rapidamente, para no hacer enfadar a su madre, se vistió con lo primero que tenia a mano: unos pantalones de pana y una camisa.
-¡ Vamos Jark, ayuda un poco a tus padres!- gritó ya histérica su madre.
Del susto, Jark pegó un bote mientras se ataba las botas que tiró una foto que adornaba la mesita de noche. La cogió con delicadeza, agradeciendo que no se hubiese roto y la dejó en su sitio.
En la foto aparecían tres personas frente a la puerta de una tienda; dos adultas y un chaval de diez años. El mas alto, el que parecia el padre, iba vestido con un delantal de cuero y unos pantalones de color marrón, parecia bastante corpulento y un parche en un ojo le hacía más temible. La madre llebava un suave y brillante pelo rubio recogido con un moño y un elegante flequillo le tapaba uno de sus dos ojos azules, era una mujer realmente bella. Para terminar, el niño tenía el pelo como el azabache, igual que su padre, revuelto y mal cortado, mientras que los ojos eran de un azul más intenso que los de su madre.
Ese chico era Jark hace ocho años, ahora él tenía 18. Su padre llevaba la herrería del puelo asi que le conocía todo Negurzaul y era famoso por hacer maravillosas espadas y potentes armas de fuego.
Jark dejó de mirar la foto con nostalgia y salio de la habitación. Fuera de su cuarto se oían golpes de martillo y tintineo entre metales. Bajó unas escaleras de madera y se dirigió a la cocina. Allí se preparó un rápido desayuno a base de huevos y tostadas y salió de nuevo para ir al lugar de trabajo. Su padre estaba al lado de un horno de metal que expulsaba vapor por las grietas, aporreando sobre un yunque lo que parecía una espada al rojo vivo. El mal genio que tenia su padre dificultaba las conversaciones asi que antes de decir nada, Jark respiró hondo.
-Papá, me voy a acercar a ver a Hiven a la muralla así que...
-¡¿Cómo que te vas?! ¿Con todo el trabajo que tenemos aquí?
-Pero papá, yo no quiero ser herrero com tú, yo quiero alistarme en el ejército como Hiven.
-¡Qué tonterías son esas! ya tendre que hablar con ese tal Hiven.
-¡Él no tiene nada que vel con lo que yo quiera ser!
-Pero tu tienes que seguir con el negocio familiar como hice yo con tu abuelo. Ahora ven y limpia el cañón de esas pistolas.
Jark se quedó callado un momento y después se largó dando un enorme portazo.
Tras salir de la tienda de armas, Jark corrió con el ceño fruncido sin fijarse en nadie mas, dando codazos a quien pillaba pr el camino, hasta llegar a la muralla de hierro. Allí subió por unas escaleras y entro e una de las torretas, donde Hiven roncaba profundamente. Jark pegó un puñetazo a la estructura, la cual chirrió y Su amigo despertó.
-¿Otra vez bronca con tu padre?-adivinó Hiven.
-Así es.
-Jark, hijo despierta ya-gritó una voz fuera de la habitación.
-Ya estoy despierto mamá-contestó él.
Rapidamente, para no hacer enfadar a su madre, se vistió con lo primero que tenia a mano: unos pantalones de pana y una camisa.
-¡ Vamos Jark, ayuda un poco a tus padres!- gritó ya histérica su madre.
Del susto, Jark pegó un bote mientras se ataba las botas que tiró una foto que adornaba la mesita de noche. La cogió con delicadeza, agradeciendo que no se hubiese roto y la dejó en su sitio.
En la foto aparecían tres personas frente a la puerta de una tienda; dos adultas y un chaval de diez años. El mas alto, el que parecia el padre, iba vestido con un delantal de cuero y unos pantalones de color marrón, parecia bastante corpulento y un parche en un ojo le hacía más temible. La madre llebava un suave y brillante pelo rubio recogido con un moño y un elegante flequillo le tapaba uno de sus dos ojos azules, era una mujer realmente bella. Para terminar, el niño tenía el pelo como el azabache, igual que su padre, revuelto y mal cortado, mientras que los ojos eran de un azul más intenso que los de su madre.
Ese chico era Jark hace ocho años, ahora él tenía 18. Su padre llevaba la herrería del puelo asi que le conocía todo Negurzaul y era famoso por hacer maravillosas espadas y potentes armas de fuego.
Jark dejó de mirar la foto con nostalgia y salio de la habitación. Fuera de su cuarto se oían golpes de martillo y tintineo entre metales. Bajó unas escaleras de madera y se dirigió a la cocina. Allí se preparó un rápido desayuno a base de huevos y tostadas y salió de nuevo para ir al lugar de trabajo. Su padre estaba al lado de un horno de metal que expulsaba vapor por las grietas, aporreando sobre un yunque lo que parecía una espada al rojo vivo. El mal genio que tenia su padre dificultaba las conversaciones asi que antes de decir nada, Jark respiró hondo.
-Papá, me voy a acercar a ver a Hiven a la muralla así que...
-¡¿Cómo que te vas?! ¿Con todo el trabajo que tenemos aquí?
-Pero papá, yo no quiero ser herrero com tú, yo quiero alistarme en el ejército como Hiven.
-¡Qué tonterías son esas! ya tendre que hablar con ese tal Hiven.
-¡Él no tiene nada que vel con lo que yo quiera ser!
-Pero tu tienes que seguir con el negocio familiar como hice yo con tu abuelo. Ahora ven y limpia el cañón de esas pistolas.
Jark se quedó callado un momento y después se largó dando un enorme portazo.
Tras salir de la tienda de armas, Jark corrió con el ceño fruncido sin fijarse en nadie mas, dando codazos a quien pillaba pr el camino, hasta llegar a la muralla de hierro. Allí subió por unas escaleras y entro e una de las torretas, donde Hiven roncaba profundamente. Jark pegó un puñetazo a la estructura, la cual chirrió y Su amigo despertó.
-¿Otra vez bronca con tu padre?-adivinó Hiven.
-Así es.
#1
Hiven se levantó de su cama en cuanto escuchó el sonido de la campana que anunciaba la llegada de un nuevo turno de vigilancia, y con el un nuevo día. En la pequeña ciudad-bastión de Negurzaul, todo el mundo colaboraba en la medida posible; y Hiven Fearstone no era menos: él era el encargado de vigilar las puertas de acceso a la ciudad, y dar paso a los viajeros. Sin su colaboración, posiblemente toda la ciudad hubiera dejado de existir hace muchísimos años; posiblemente cuando su padre cayó en garras enemigas al intentar defender la aldea, junto con otros cuatro hombres más.
Al margen de todo esto, Hiven solo pensó en dejar atrás su mullida cama, y tras tomar una rápida ducha, comenzó a afeitar su escasa barba a la vez que tarareaba una pegadiza melodía. Tras realizar este ritual, el cual se repetía cada cuatro días, comenzó a examinarse en el espejo.
Para tener 19 años, Hiven no se veía nada mal frente a su reflejo: tenía un pelo bastante fuerte y sano, de color negro intenso, el cual ya se encontraba bastante crecido: un precioso flequillo cubría su frente, y comenzaba a ocultar parte de sus ojos; mientras que en su nuca una coleta enlazada con cintas blancas llegaba hasta la mitad de su espalda. Su rostro también era bastante admirable: sus facciones ya habían abandonado la redondez infantil, y presentaban un apuesto par de ojos marrones; junto a una nariz recta y de medidas exactas – ni demasiado grande ni excesivamente pequeña. Bajo esta, la boca, llena de dientes blancos. Quizás el único rasgo fuera de lo común, era la cicatriz que se situaba encima de su mejilla derecha; fruto de una pelea contra un invasor, hacia dos años. Desde entonces, aquella cicatriz le recordaba su gran desliz; y la gran suerte que tuvo de no haber herido su ojo. También, desde entonces, despertaba en medio de la noche con extraños sudores fríos y espasmos, causados por los recuerdos de aquel día.
Tras recordar un poco su breve anécdota, siguió examinándose el cuerpo; hasta llegar a admirar sus fuertes músculos, producto de muchas horas de entrenamiento y varios ratos de gimnasio, día tras día. Fantaseando frente al espejo, y posando para mostrar sus dotes, recordó que solamente le quedaban tres horas para marchar a su puesto, y se decidió a tomar un desayuno rápido; por lo tanto, marchó a su habitación a vestirse. Eligiendo unos pantalones negros de suave tela y una camisa blanca, se calzó sus botas de cuero y bajó al piso inferior a desayunar.
Al acabar con su comida, decidió salir de su casa; y despidiéndose de su madre, comenzó a pasear por las calles. Aquel día, el cielo se encontraba nublado, y presentaba un aspecto grisáceo. Pero, a pesar de ello, la gente permanecía atenta a sus tareas, mientras los pocos niños que había por la calle se dedicaban a jugar con una sucia pelota, rebotándola contra un metálico muro. Allí, en Negurzaul, todas las construcciones se sustentaban en el metal y la madera, utilizando magia y la escasa tecnología de la que eran poseedores. Pero, para tratarse de un lugar pequeño, estaban bien defendidos y abastecidos.
Cuando hubo dado un largo paseo, se decidió a entrar en la biblioteca, el lugar donde almacenaban estanterías llenas de libros. Muchos de ellos eran libros mágicos, aunque también tenían una pequeña sección de libros variados: atlas, historia, novelas… En total, toda la biblioteca albergaba una colección aproximada de 150 volúmenes.
Siempre que podía, Hiven visitaba la biblioteca, e inspeccionaba la sección dedicada a la magia. Curioseando, había aprendido unos pocos encantamientos básicos; y también había aprendido alguno más complejo, sin el éxito esperado.
Esta vez, decidió coger un libro bastante curioso, encuadernado en piel negra. Carecía de título, y lo abrió por una página aleatoriamente. En su interior, se podían apreciar bocetos de la estructura ósea de los dragones, junto con propiedades mágicas de estos y demás. Maravillado, comenzó a leer desde el principio.
Enfrascado en su lectura, Hiven se sobresaltó cuando escuchó el sonido de la campana, anunciando su turno de vigilancia. Apenado, decidió continuar la lectura cuando volviera a casa:
- ¡Eh, anciano! – dijo al bibliotecario, un anciano de gran talento, con unas enormes gafas y algo de pelo canoso - ¿Me dejas llevarme este libro?
- ¿Otra vez, Hiven? – anunció asombrado el anciano, aunque a la vez se notaba su acento divertido – Ya es el tercer libro que te llevas este ciclo, y aun tienes que devolverme el otro… Anda, corre o llegarás tarde.
- ¡Gracias!
Avanzando veloz entre la multitud de gente que se agolpaba en la plaza, Hiven llegó hasta la muralla, una construcción sencilla compuesta principalmente por planchas de hierro y dos torretas formadas por barras de acero y madera que daban forma a una puerta compuesta de cobre. Exteriormente, unas enormes estacas de madera afilada conformaban una rudimentaria defensa primaria.
Toda la estructura defensiva estaba reforzada mediante magia, y siempre custodiada por dos atentos vigilantes situados en las torres, acompañados de sus fieles armas: un enorme mandoble, y una VG-5360, una poderosa escopeta de tres cañones; que aunque ya pecaba de ser anticuada, podía contener a los pocos intrusos que llegaban.
Situado en la puerta, un vigilante era el encargado de dar la voz de alarma si se acercaba el enemigo, y permitir la entrada a aquellos que la merecieran. Hiven era ese vigilante, apostado en silencio durante las horas en las cuales los soles apuntaban más alto.
Cuando Hiven llegó a su puesto, se colocó las férreas grebas, unas muñequeras y un protector pectoral constituido de bronce; y enganchando a su cintura una mellada espada, decidió situarse en su habitual posición.
El día aun permanecía nublado.
Al margen de todo esto, Hiven solo pensó en dejar atrás su mullida cama, y tras tomar una rápida ducha, comenzó a afeitar su escasa barba a la vez que tarareaba una pegadiza melodía. Tras realizar este ritual, el cual se repetía cada cuatro días, comenzó a examinarse en el espejo.
Para tener 19 años, Hiven no se veía nada mal frente a su reflejo: tenía un pelo bastante fuerte y sano, de color negro intenso, el cual ya se encontraba bastante crecido: un precioso flequillo cubría su frente, y comenzaba a ocultar parte de sus ojos; mientras que en su nuca una coleta enlazada con cintas blancas llegaba hasta la mitad de su espalda. Su rostro también era bastante admirable: sus facciones ya habían abandonado la redondez infantil, y presentaban un apuesto par de ojos marrones; junto a una nariz recta y de medidas exactas – ni demasiado grande ni excesivamente pequeña. Bajo esta, la boca, llena de dientes blancos. Quizás el único rasgo fuera de lo común, era la cicatriz que se situaba encima de su mejilla derecha; fruto de una pelea contra un invasor, hacia dos años. Desde entonces, aquella cicatriz le recordaba su gran desliz; y la gran suerte que tuvo de no haber herido su ojo. También, desde entonces, despertaba en medio de la noche con extraños sudores fríos y espasmos, causados por los recuerdos de aquel día.
Tras recordar un poco su breve anécdota, siguió examinándose el cuerpo; hasta llegar a admirar sus fuertes músculos, producto de muchas horas de entrenamiento y varios ratos de gimnasio, día tras día. Fantaseando frente al espejo, y posando para mostrar sus dotes, recordó que solamente le quedaban tres horas para marchar a su puesto, y se decidió a tomar un desayuno rápido; por lo tanto, marchó a su habitación a vestirse. Eligiendo unos pantalones negros de suave tela y una camisa blanca, se calzó sus botas de cuero y bajó al piso inferior a desayunar.
Al acabar con su comida, decidió salir de su casa; y despidiéndose de su madre, comenzó a pasear por las calles. Aquel día, el cielo se encontraba nublado, y presentaba un aspecto grisáceo. Pero, a pesar de ello, la gente permanecía atenta a sus tareas, mientras los pocos niños que había por la calle se dedicaban a jugar con una sucia pelota, rebotándola contra un metálico muro. Allí, en Negurzaul, todas las construcciones se sustentaban en el metal y la madera, utilizando magia y la escasa tecnología de la que eran poseedores. Pero, para tratarse de un lugar pequeño, estaban bien defendidos y abastecidos.
Cuando hubo dado un largo paseo, se decidió a entrar en la biblioteca, el lugar donde almacenaban estanterías llenas de libros. Muchos de ellos eran libros mágicos, aunque también tenían una pequeña sección de libros variados: atlas, historia, novelas… En total, toda la biblioteca albergaba una colección aproximada de 150 volúmenes.
Siempre que podía, Hiven visitaba la biblioteca, e inspeccionaba la sección dedicada a la magia. Curioseando, había aprendido unos pocos encantamientos básicos; y también había aprendido alguno más complejo, sin el éxito esperado.
Esta vez, decidió coger un libro bastante curioso, encuadernado en piel negra. Carecía de título, y lo abrió por una página aleatoriamente. En su interior, se podían apreciar bocetos de la estructura ósea de los dragones, junto con propiedades mágicas de estos y demás. Maravillado, comenzó a leer desde el principio.
Enfrascado en su lectura, Hiven se sobresaltó cuando escuchó el sonido de la campana, anunciando su turno de vigilancia. Apenado, decidió continuar la lectura cuando volviera a casa:
- ¡Eh, anciano! – dijo al bibliotecario, un anciano de gran talento, con unas enormes gafas y algo de pelo canoso - ¿Me dejas llevarme este libro?
- ¿Otra vez, Hiven? – anunció asombrado el anciano, aunque a la vez se notaba su acento divertido – Ya es el tercer libro que te llevas este ciclo, y aun tienes que devolverme el otro… Anda, corre o llegarás tarde.
- ¡Gracias!
Avanzando veloz entre la multitud de gente que se agolpaba en la plaza, Hiven llegó hasta la muralla, una construcción sencilla compuesta principalmente por planchas de hierro y dos torretas formadas por barras de acero y madera que daban forma a una puerta compuesta de cobre. Exteriormente, unas enormes estacas de madera afilada conformaban una rudimentaria defensa primaria.
Toda la estructura defensiva estaba reforzada mediante magia, y siempre custodiada por dos atentos vigilantes situados en las torres, acompañados de sus fieles armas: un enorme mandoble, y una VG-5360, una poderosa escopeta de tres cañones; que aunque ya pecaba de ser anticuada, podía contener a los pocos intrusos que llegaban.
Situado en la puerta, un vigilante era el encargado de dar la voz de alarma si se acercaba el enemigo, y permitir la entrada a aquellos que la merecieran. Hiven era ese vigilante, apostado en silencio durante las horas en las cuales los soles apuntaban más alto.
Cuando Hiven llegó a su puesto, se colocó las férreas grebas, unas muñequeras y un protector pectoral constituido de bronce; y enganchando a su cintura una mellada espada, decidió situarse en su habitual posición.
El día aun permanecía nublado.
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