La noche era cerrada, y no se veía nada a más de metro y medio de la joven. A pesar de no haber parado ni una sola vez desde su huída del bosque, el cansancio no le hacía mella, en verdad, nunca se había sentido cansada; era como si algo ajeno a ella se esforzase en su lugar haciendo su voluntad.
Mientras pensaba en ese extraño asunto, vislumbró una pequeña abadía en la trifurcación de un camino; debía de ser una ermita de peregrinaje en la que se ofrecen comida y un cómodo lecho a todos los caminantes cansados.
Kimian decidió acercarse y conseguir ropas decentes, pues vestida de una forma tan tosca llamaba demasiado la atención.
La abadía estaba iluminada por antorchas de fuego perpetuo, las cuales aguantaban los fenómenos meteorológicos sin apagarse. Era una simple construcción abovedada de un piso hecha con madera en su totalidad. Las pesadas puertas eran de madera de fresno y las ventanas estaban adornadas con pequeñas vidrieras con poca ornamentación. Al acercarse a las puertas llamó con el nudillo tres veces y un ventanuco situado en lo alto de la puerta izquierda se abrió.
-¿Quién va?- preguntó un hombre al otro lado de la puerta- ¡Oh!, ¡una niña pequeña!- y acto seguido la puerta se abrió dejando paso a la joven.
Tras cruzar el umbral vio al hombre; un sudoroso y delgado monje, su cara estaba demacrada, tenía grandes ojeras y los ojos hundidos. Su barba era marrón, estaba enmarañada y sucia y su cabeza estaba escasamente poblada por unos grasientos cabellos.
La planta inferior de la abadía no contenía absolutamente nada, ni siquiera unas antorchas que iluminasen; seguramente porque la parte habitable se encontraba arriba; solamente había unas escaleras que llevaban al piso superior.
-¿Qué querías jovencita?-preguntó con tono amable- No esperes mucho de esta humilde abadía, pues a penas tengo nada que llevarme a la boca.
-Dame ropa.-contestó Kimian secamente.
-Valla, ciertamente parece ser que la necesitas, tengo algunas túnicas viejas, puedes dormir en alguna cama del piso superior mientras hago unos ropajes improvisados, serán calientes y no olerán como esos andrajos que llevas encima.
-Gracias.- dijo la joven, y acto seguido subió por las escaleras de madera.
El primer piso no era muy diferente de la planta baja, habían dos camas desechas totalmente, un pequeño fuego que iluminaba tenuemente la estancia y una mesa redonda con un taburete donde se encontraban una gran cantidad de libros.
Kimian se acercó a la cama y se quitó las pieles de la bestia asesinada; y completamente desnuda, se metió en la cama sin sueño. Cerró los ojos e intentó evadirse para conciliar el sueño. Poco a poco, el sopor se apoderaba de sus párpados y se durmió.
El monje terminó los ropajes y subió a entregárselos a Kimian, pero vio que la joven dormía profundamente. Se acercó a su cama y dejó los remiendos encima de su cama.
Luego se dirigió a la cama libre y se sentó mirando hacia la joven.
Era hermosa, sus cabellos dorados destellaban la luz del fuego y su tez morena revelaba su dura vida. El monje se levantó de la cama y se acercó a la de Kimian, acto seguido tocó sus mejillas y luego sus labios.
Agarró las sábanas y cuidadosamente destapó a la joven para que no se despertase. Su delicado cuerpo de niña yacía dormido y el monje la miraba de forma lasciva, sabía que lo que iba a hacer estaba mal, pero con una vida entera al servicio de su dios podría ser perdonado.
Acercando lentamente sus manos hacia Kimian sus pulsaciones iban en aumento, cuando tocó su torso desnudo una oleada de éxtasis estalló dentro de él, y mientras tocaba a la joven dormida se regodeaba. Suavemente descendió hasta su vientre y lentamente siguió descendiendo.
De repente, la joven abrió los ojos de par en par y agarró el brazo del monje que se sobresaltó e intentó zafarse, mas no lo consiguió y recibió un puñetazo en plena nariz que hizo que se rompiese al instante.
-¡Maldita zorra!, ¿¡te acojo en mi abadía y así me lo recompensas!?-gritó el monje llevándose las manos a su sanguinolenta nariz-¡te follaré y luego te mataré!
La joven, se levantó rápidamente de la cama, corrió hasta la mesa y agarró el taburete
El monje intentó atraparla, pero ella se escabulló dando una voltereta por su lado izquierdo, con el impulso conseguido al levantarse saltó sobre la cama y dando otro salto con todas sus fuerzas, propinó al monje un golpe con el taburete en la cara. El golpe le fracturó el cráneo y cayó al suelo muerto.
Un charco de sangre comenzó a brotar de las cabeza del hombre. Kimian cogió las ropas y se las puso. Eran unos harapos cosidos cuidadosamente formando una camisa y unas calzas.
La joven bajó a la planta baja, abrió la puerta que estaba cerrada con cerrojo y contempló como el cielo liberaba su ira en forma de fuerte tormenta. Pensó que lloviendo de esa forma sería mejor esperar o coger una capa de cuero, seguramente alguna debería haber por la abadía. Así que subió nuevamente al primer piso y buscó entre los libros, debajo de las camas y comprobó de qué material estaban hechas las ropas del muerto. A su pesar debería esperar a que se pasase la tormenta, pero se le ocurrió una idea. Impregnar con cera de vela una tela de lino lo suficientemente grande como para guarecerla del chaparrón.
Cogió la túnica del monje y desgarrándola consiguió una forma irregular, pero serviría. Luego cogió una de las velas que iluminaban la estancia y la puso en un cuenco de metal, arrancó unas cuantas hojas de los libros y prendió fuego a la pequeña montaña de papel. En poco rato la cera estaba líquida y lista para aplicar, cuidando de que no se enfriara, comenzó a verterla por la túnica y a extenderla con las tapas de cuero de un viejo libro en el que ponía con letras grandes: “Introducción a la Magia Curativa”.
Tras gastar varias velas y romper varios libros su capa estaba acabada, no era perfecta, pero la ayudaría a mantenerse seca hasta que dejase de llover. Bajó una vez más a la planta baja y comenzó su viaje errante.
No sabía a dónde dirigirse, así que miró el poste señalizador que se encontraba en medio de la trifurcación del camino. “Negurzaul a media hora”, en esa dirección se dirigía la tormenta, y ella decidió ir en la misma dirección, para que nadie la viese.
La lluvia golpeaba furiosamente su capa y se hacía difícil andar, por lo que la media hora se alargó a una hora entera de truenos y relámpagos; pero por fin llegó a Negurzaul, una muralla se elevaba y protegía la ciudad, pero difícilmente vislumbró como una silueta salía por el gran portón y tras unos segundos, otra de menor tamaño.
El primer individuo se internó en el bosque y Kimian, rápidamente, corrió detrás de él y se escondió tras un árbol. El otro individuo; un niño de aproximadamente quince años se encontraba a escasos metros del misterioso hombre; el cual desenvainó una espada y cortó el cuello a su perseguidor. Un rayo iluminó las escena, el niño decapitado y el joven, poco mayor que el limpió la espada, la enfundó y salió corriendo.
Kimian sin pensárselo dos veces lo siguió para descubrir quién era.
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