jueves, 28 de febrero de 2008

#7

- “¡Ya basta! A pesar de tu deseo, tú tienes una obligación que cumplir. Ahora vete a ayudar a tu padre, y dile que necesitamos que arregle pronto ese cañón para la torreta. Deja de soñar e intenta ser útil de la forma que sabes, no con fantasías ni búsquedas de poder que no existen.”

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Esas palabras le hirieron mas que cualquier comentario que le hubiese dicho su padre. Aquellas palabras le martilleaban una y otra vez en su mente provocándole un intenso dolor de cabeza. Tal vez estaba cometiendo una locura pero la furia que rugía dentro de él no le permitía pensar en otra cosa.

Su padre había dejado de trabajar y la forja crepitaba con las ultimas chispas del día. Jark rebuscaba como loco algo, removiendo pilas de espadas y trabucos. Una estantería llena de alabardas cayó al suelo haciendo un estrepitoso ruido. El chico se quedo quieto, temeroso de que alguien cercano hubiese escuchado algo, hasta que la herrería quedo de nuevo en absoluto silencio. Colocó las armas en su sitio y su vista se dirigió hacia un baúl bajo una mesa de trabajo.

Corrió desesperadamente hacia allí deseando encontrar su ansiado objeto. El arca estaba corroída por el tiempo y las termitas se habían dado un banquete en la parte de abajo. Se tocó el pecho para buscar una especie de colgante y sacó una llave unida a una cadena. Con el pulso tembloroso la introdujo y la giró. Un mecanismo interior sonó secamente y la tapa del baúl se elevó un poco. Jark lo abrió completamente y ante él había un sable envuelto en cuero. La sacó con tremendo cuidado y desenvolvió la funda.

Ante él reposaba un sable reluciente, perfecta, con un filo que, aparentemente, seguía como el primer día. Su curvatura era perfecta, diseñada para provocar un corte limpio y tangencial, su contrafilo era de color negro y su guarda o rodela estaba decorada con el dibujo de una rosa. La empuñadura, hecha con madera de roble, estaba decorado con trenzas de algodón y finalmente la funda, de madera lacada brillaba con un color negruzco.

Este magnífico sable se lo regaló su padre cuando era pequeño. Le explico que se llamaba Katana y se elaboraba en un país muy lejano. También le dijo que de joven el viajó allí y un maestro herrero le enseñó a fabricarlas, aunque en su pueblo, en Negurzaul, solo hubiese hecho aquel ejemplar.

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Abrió la puerta lo suficiente para ver que en la calle no había nadie y salió corriendo. Un trueno advirtió de la tormenta que se acercaba rápidamente al pueblo así que Jara aceleró el paso. El corazón le latía fuertemente y le temblaban las piernas con sólo pensar en lo que estaba haciendo. Intentó concentrarse y se acercó sigilosamente a la puerta este de Negurzaul y se alegró al ver que los guardias dormían profundamente. Hizo girar la polea despacio para que los mecanismos no sonasen y cuando la puerta estuvo lo suficientemente alta, la atasco con un gran palo. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer y jara no pudo evitar soltar algunas lágrimas al pensar todo lo que dejaba atrás. Un rayo iluminó la oscura tarde y le hizo jugar una mala pasada al chico al ver una sombra detrás suyo. Comenzó a adentrarse al oscuro y salvaje bosque.

Un nuevo relámpago iluminó el bosque entero y esta vez a Jark no le cabía duda de que alguien le seguía.
-Eh, ¿hay alguien ahí?- dijo el misterioso perseguidor- ¿Jark, eres tú? Entra otra vez que está lloviendo a mares.

Su mente se colapsó; aquel tipo sabía que era él, si se iba ahora, sabrían que se había marchado. Sin pensárselo dos veces desenfundo la katana y corrió hasta situarse detrás de la persona para rebanarle la cabeza, atravesando carne y hueso limpiamente. Un último rayo iluminó el rostro de un chaval de apenas quince años y su cuerpo decapitado al lado chorreando sangre. Jark se contuvo las náuseas y limpió la katana.

-Creo que mi vida de mercenario ha comenzado- dijo entre lágrimas.

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