Kimian yacía tirada en el suelo del húmedo bosque encogida en posición fetal, sin nada que comer.
Su ojo izquierdo, del color del ámbar escrutaba su alrededor en busca de cualquier animal del bosque al cual pudiera darle caza y calmar su creciente y agónico hambre.
De repente; un ruido sonó a sus espaldas, un estruendo que no podía causar una ardilla o un pajarillo; si no algo mucho más grande. Como impulsada por un resorte Kimian se puso en pie y miró rápidamente a sus espaldas. Un walkoj se encontraba frente a ella con sus fauces repletas de afilados dientes abiertas de par en par para acabar de un bocado con aquella niña de siete años desprotegida.
Cuando el animal entró en acción Kimian dio una voltereta debajo suyo y aprovechando el impulso que el húmedo suelo le proporcionaba descargó una patada en el estómago de la bestia. Ante brutal golpe, el animal expulsó grandes cantidades de sangre por su boca y nariz y se desplomó encima de la joven. El animal se debatía entre la vida y la muerte a causa de que el golpe le cortó la respiración; así que Kimian se levantó del suelo, cogió una roca y machacó la cabeza del walkoj de un solo golpe. Unas gotas de sangre y sesos saltaron en todas las direcciones y mancharon el cuerpo desnudo de la joven. Sin inmutarse lo más mínimo de su sádica acción la joven se agachó y miró con sus ojos; el derecho era del color del mar y el izquierdo refulgía como un relámpago; al inerte animal – su comida y ropa ya no eran problema- el cual yacía de costado y sangrando poco a poco por sus fauces.
Acto seguido se levantó y cogió un par de piedras con las que hacer una cuchilla para desollar y comerse a la bestia.
-Señor; Kimian todavía no a aparecido, sinceramente; estoy muy preocupado por ella. Este bosque entraña grandes peligros para una niña de siete años.
-Tonterías Seneib, Kimian puede ella sola con todos esos monstruos; recuerda que ella es, La Elegida.
La joven ya había comido; la carne no era gran cosa, pero era mejor que nada. Con las pieles del animal se había hecho unos ropajes improvisados los cuales cubrían torso y espalda hasta las rodillas y se ataban a la cintura para evitar su incomodidad en combate y con las pieles restantes hizo una capa larga. Aunque el pellejo del animal no estaba seco no le importaba, el olor a putrefacción alejaría a las fieras.
Vestida y con su hambre saciada emprendió el camino para salir del bosque; si corría no le costaría más de dos horas en traspasarlo para ir al campamento en el cual la esperaban; pero sus intenciones no eran esas...
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